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Un pequeño ensayo sobre mcv
 

El libro MCV es una obra nacida de un pensamiento. En su totalidad es un libro sin palabras. No dice nada, pero al mismo tiempo, su silencio lo hace más hablante, porque concibe preguntas sobre la literatura, o mejor dicho, hace un llamado al lector a formularse cuestiones.

La idea del libro la obtuve cuando leí el cuento de Jorge Luis Borges, La biblioteca de Babel. Ahí el narrador habla sobre un universo compuesto de un número indefinido y tal vez infinito de galerías hexagonales. En esas galerías hay anaqueles, y cada uno de ellos contiene treinta y dos libros, todos del mismo formato. Cada libro tiene cuatrocientas diez páginas, cada página cuarenta líneas, cada línea cerca de ochenta letras. Prácticamente, todos los libros, en esta casi incomprensible biblioteca, tienen una indefinida y caótica índole.

En el cuento se habla de un libro en especial que el relator destaca. Es uno que su padre vio en el hexágono del sector 1.594, y que solamente contenía las letras «mcv». Estas letras se repiten patológicamente en todo el libro; desde el primero hasta el último renglón. Este es justamente el libro que he tomado del relato de ficción del asombroso universo de pensamientos de Borges y convertido en una realidad física.

Cuando leía el relato La biblioteca de Babel llegando a las líneas donde se refería al libro MCV, fue como si este me hablara directamente a mí, y repentinamente se me metió entre ceja y ceja que este fabulado libro, con su enfermiza repetición de tres letras minúsculas,  esperaba ser liberado; y no permanecer allí en uno de los anaqueles hexagonales de libros sino también obtener una forma física. Y con el pensamiento de que Borges no era ajeno a elementos proféticos, se puede jugar con la idea de que él también esperaba que MCV fuese liberado.

En cuanto a lo profético se dice que Borges, en cierto modo, predijo el desarrollo de Internet. La biblioteca universal, que se nombra en el relato: La biblioteca de Babel, tiene en realidad mucha semejanza con la fantástica "biblioteca" que Internet constituye actualmente. Precisamente por esta razón he optado por publicar este ensayo  en Internet.

Interpretar el libro

Sería arrogante por mi parte contar cómo debe interpretarse este libro, que consta de cuatrocientas diez páginas, colmadas con los tres símbolos ortográficos «m» «c» «v». Sin embargo, considero que sería una irresponsabilidad mía no explicar mis propios pensamientos sobre la publicación de esta obra.

Este libro, para mí, es en primer lugar un modesto intento de invitar a una conversación sobre qué es literatura, y todo lo que tiene que ver precisamente con este tema. Opino que la cuestión de la literatura es una de las más urgentes hoy en día, si se toma en consideración que este arte ha perdido cada vez más y más importancia en nuestra sociedad.

Usando la terminología del filósofo francés Pierre Bourdieu, se puede decir que el patrimonio de la formación literaria se ha reducido. Ser culto ya no supone la misma posición y estatus en la cultura como se tenía antes. Los cambios tecnológicos han logrado que se tenga un fácil acceso a redes sociales de medios de comunicación y, con ello, el clásico aprendizaje mediante libros se ha expuesto a competir con dichos medios.

Caer en el olvido

Puede ser también que el libro MCV pueda verse como un intento de obstaculizar lo que podríamos llamar olvido. Cuando tengo mi libro en las manos o, mejor dicho, libros en general, pienso desanimado que MCV está condenado –en el mejor de los casos– a permanecer en un anaquel de libros de alguien, pero cuando haya dejado de fascinar será reducido a un objeto de adorno, o acaso a un incomprensible símbolo de estatus, pues tiene una encuadernación clásica.

Si permitimos que la fantasía haga aquí su entrada, podríamos decir que si fuéramos libros estaríamos viviendo peligrosamente, y con bastante frecuencia seríamos ultrajados, para finalmente ser relegados al olvido. El libro MCV podría verse como una advertencia de que los libros están destinados a ser olvidados. No obstante, mientras abramos un libro, todos contribuimos a mantener la literatura con vida. Nuestros libros son un patrimonio cultural, y cuando permitimos que uno sea una parte de nuestra vida, evitamos que lentamente se consuma dicho patrimonio. Nunca debemos olvidar que un país con un patrimonio cultural vivo es un país que crea condiciones para que las personas sean espiritualmente enriquecidas.

Educación

Es conocido que el nivel de educación va en bajada y no solamente en conocimientos literarios, sino también en otros tipos de artes. Sin proponérmelo, pienso en el escrito de Artur Lundkvist Puedes leer un libro (1945), en el cual se encuentran las siguientes palabras sobre la desconfianza a la lectura de libros:

«Una desconfianza que, no en contadas ocasiones, sobresale como abierto desprecio. ¡Novelas! ¡Poesías! ¿Debe ser algo para personas adultas? Son solamente fantasías e historias inventadas. ¡Si por lo menos fuera de alguna utilidad, leer algo así, ya que solo confunde y toma tiempo!».

Desde entonces el mundo ha cambiado, pero el asunto es si todavía esos pensamientos no son de una gran actualidad. Porque ¿cómo se ve el arte de las bellas letras hoy en día? ¿Qué estatus tiene? ¿Y por qué debemos leer novelas cuando exige dedicarles demasiado tiempo?

Es penoso que vivamos en un tiempo en donde la cultura general y los ideales de educación han sido en gran parte eliminados, y en su lugar –en su empeño  de ser comercialmente “dotados”, es decir, efectivos y provechosos– se fomenta una aterradora parcialidad.
Ahora aparecen las siguientes preguntas: ¿Cuánto, más o menos, culto queremos que sea un ciudadano? ¿Qué consecuencias democráticas conducen a la escasez de aprendizaje de los libros? Y, finalmente, ¿quién gana cuando el conocimiento se hace  más y más vacío?

Porque el conocimiento no solamente consiste en realizar búsquedas rápidas en Internet o lograr una capacitación profesional exitosa, sino también poder participar de una conversación de forma razonable, comprender nuestra época contemporánea, estar familiarizado con nuestra historia, mejorar nuestra capacidad de pensar libremente, adquirir perspectiva por lo que es obvio, y poder crear coherencia. En resumidas cuentas: ser una persona más sensata.

Voluntad de leer

El libro MCV llega a ser aquí un símbolo de lo que sucede cuando la erudición desciende. Para aquel que jamás abre un libro, será una constante repetición de renglones de «mcv» tan incomprensibles como los renglones de Dante, Shakespeare y Milton; o, por nombrar escritores hispanos, como los de Cortázar, García Márquez o Pablo Neruda.

Leer un libro toma tiempo. Pero no solo se necesita tiempo sino también estímulo y ejemplos literarios. Especialmente en la época en que hoy vivimos. De otra manera nos arriesgamos a un idiotismo o, mejor dicho, a una ofensa a la generación más joven, porque entonces les quitamos todo lo que la literatura entrega: un idioma rico, estímulo intelectual, sensibilidad por lo foráneo, conocimientos y experiencias que ensanchan las perspectivas, como una alternativa a la manera unidimensional de interpretar el mundo.

La tarea es generar en los jóvenes la necesidad de leer. El escritor y pensador sueco Vilhelm Ekelund escribe en un aforismo: «¿Qué es un libro? Ninguna persona puede ver y obtener mayor beneficio de un libro si no tiene una auténtica y real necesidad de ver y obtener algo de él. Solamente la necesidad puede hacer que las letras vivan».

Canon

¿Qué es literatura de calidad? Esta es una pregunta que aparece, de vez en cuando, en contextos literarios. La explicación de ello es que esta interrogante es intemporal y por lo tanto es complicada porque está relacionada con otras preguntas como: ¿Calidad para quién? ¿Cuál o cuáles criterios deben formar parte del término calidad? ¿Y qué relaciones hay entre calidad literaria y esta sociedad cada vez más estresante, fragmentada y “utilitarista” de hoy?

De aquí que esta pregunta sea, por principio, provocativa, pues exige ser respondida. La respuesta deberían darla, por lo menos, quienes adquieren libros para las bibliotecas, quienes dan los premios de literatura, quienes otorgan estipendios y subsidios para actividades literarias. Son ellos quienes tienen que dar un fallo y decir por qué justamente los libros elegidos deben ser considerados de calidad. No obstante, aquellos que escriben antologías e historia de la literatura deben también responder a la pregunta –si no directamente, por lo menos, indirectamente– de por qué motivos se eligieron las obras literarias que hay representadas.

El asunto sobre la calidad en la literatura está fuertemente entrelazado a que se debiera tener un canon en la literatura. El debate sobre un canon puede, como se nombró anteriormente, considerarse en el contexto de que la literatura ha perdido la posición que ha tenido en la cultura; hoy en día hay más “expresiones culturales” que demandan atención y que exigen un espacio en la discusión sobre lo que es cultura y su posición.

Sobre las ventajas y desventajas con un canon se ha discutido muchas veces. Quienes han estado por las ventajas han destacado la necesidad imprescindible de una orientación elemental de las obras de mayor importancia dentro de la cultura occidental. Obras que se supone que tienen un valor perdurable en cuanto a su calidad, y además proporcionan modelos éticos y estéticos. El canon se convierte aquí en algo normativo, educativo, civilizador; algo que muestra nuestra relación cultural a intemporales planteamientos, y que nos relaciona con toda la humanidad. En lo profundo, se trata de nuestra propia identidad.

Otro aspecto que predomina es que el canon nos entrega requisitos y herramientas que hacen posible para nosotros tomar una posición hacia otra literatura. Porque ¿cómo vamos a situarnos ante una nueva literatura cuyos antecedentes históricos desconocemos? ¿Cómo vamos a poder conceptuar y valorar literatura si vemos cada obra en particular como algo aislado históricamente?

No se debe olvidar que la finalidad de las asignaturas humanísticas es en gran parte tratar de separar lo que es calidad de lo que no lo es. Una de las tareas más importantes, entre otras cosas, para la ciencia literaria es describir, interpretar y evaluar aquello que trata de la complejidad de los textos en su estilo y su originalidad estética.

Quienes han cuestionado el canon consideran que es originado y formado por hombres blancos europeos, privilegiados. Se asegura que existe una perspectiva ética en lo que es inaceptable; un punto de vista arrogante y excluyente hacia las mujeres, negros, asiáticos, indios, obreros y homosexuales. Además se considera que una gran parte de la experiencia humana se elimina de las obras literarias que constituyen el canon mismo.

El contenido del canon se convierte aquí en un fenómeno político, en una cuestión de poder, y con ello en algo que siempre debe ponerse en tela de juicio; el canon nunca será algo neutral, libre de evaluaciones en asuntos relacionados con la clase social, el género sexual o la etnicidad.

Otra crítica es la problemática de cómo un canon emerge; el proceso de la canonización. Se ha señalado la falta de voluntad que existe para discutir y cuestionar cómo puede formarse un canon. Los críticos han señalado que el inicio de un canon no ocurre aisladamente, sino que es un resultado de factores sociales como las relaciones de poder, la red de contactos, el gusto literario actual y otras circunstancias históricas.

Pero aquí hay que preguntarse si el debate sobre el canon, de ser o no ser, no está sujeto a la problemática ya mencionada, es decir: ¿Qué nivel de educación nos proponemos lograr en una sociedad democrática? Esta pregunta está muy distanciada de la estrechez académica, y trata –o por lo menos debería tratar– sobre la vida cotidiana de las personas, ya que actualiza la cuestión de lo que significa ser humano.

Ideal literario

En el libro MCV aparece la pregunta de si las letras «m» «c» «v», repetidas ad infinitum, constituyen algo sintomático por toda la literatura “de producción rápida” que existe. En un aspecto se podría pensar que «mcv» es la respuesta definitiva a un mercado donde el texto debe dar la menor fricción posible al ser leído. El asunto es si «mcv» no es también la respuesta de —o mejor dicho, adaptación a— la disminución del nivel de cultura general en nuestro país. Se podría decir que el libro es –sin esforzarse lo más mínimo– ejemplar en términos de ofrecer al lector una resistencia intelectual casi inexistente.

Existe también otro aspecto en lo repetitivo, o sea, que la repetición, en sí misma, puede verse como un símbolo por parte de una determinada literatura de entretenimiento, que se escribe según un tipo de ensamblaje en línea; literatura en donde la trama, en principio, es la misma; en donde solamente se cambian los nombres y descripciones de los protagonistas, los héroes y “los personajes malos”. Literatura que fortalece, reafirma y transmite una imagen simple de la sociedad y del ser humano. Tal vez el objetivo de esta literatura no es más que eso, pero entonces hay que atreverse y preguntarse si esta literatura es digna de ser deseada. O si debe esperarse más de la literatura. De un modo incisivo, podría uno preguntarse si nuestro ideal de literatura debería adaptarse al hombre, o si el hombre debería adaptarse al ideal de literatura. Si se aplica la primera opción, ¿qué ideal obtenemos, entonces, cuando creamos la llamada sociedad moderna en donde la atosigada persona ya no tiene tiempo para probar y reflexionar sobre lo que lee?

El libro MCV es un recordatorio de que una parte de nuestra formación, como personas, es influida por nuestro ideal literario. Pero también es una advertencia de que debemos preocuparnos por los cimientos de toda la educación, es decir, la buena voluntad de entregarle a cada generación las condiciones para lograr que se desarrolle. El libro MCV es un libro sin palabras, pero no obstante es una clara protesta por todo lo que sofoca esta buena voluntad.

Melker Garay